Basado en el poema”Vida, blanca eres…” de Eduardo Zeind Palafox.
Duda
Gerardo Díaz RamosLleno de duda despertó Renato, en un estado soporoso y sin ganas de levantarse. No había podido dormir más de cinco minutos a la vez cada noche de esa semana. Cuando cerraba los ojos la veía a ella y los sentimientos salían a flote: la culpa, la felicidad, la rabia y la duda.
Este día no quería levantarse. Este día estaría ella de nuevo presente. Mirándolo, distrayéndolo, incitándolo a probar de nuevo esas carnes y esos labios y esa melena con olor a naranja. Renato no quería levantarse este día, pero el deber lo esperaba. Se levantó de su cama con los pies pesados y caminó directamente a la regadera.
Cuando se desvestía, se acordaba de cómo la desvestía, de cómo se le revelaron por fin esos senos que le habían hecho perder la palabra más de una vez al insinuarse por debajo de la ropa. Pensó en esa mujer que podía pasar por inocente ante las miradas de la chusma, pero que confesaba las pericias y pecados de una puta cuando se encontraban solos en un cuarto. Secretos que Renato corroboró y de los cuales se hizo cómplice unas noches atrás.
Mirándose a sí mismo a los ojos, a sus 38 años, pensó Renato en el problema en el que se había metido. Imaginaba su vida terminando si la gente se enteraba. Una persona como él, que le guía a la gente en tiempo de duda, que debe ser un ejemplo a seguir no debería hacer esas cosas. Qué humillación tener que perder la vida por unos minutos de paraíso. ¡Qué humillación si se enteraran que sólo fueron unos minutos! El vapor nubló el espejo y regresó a Renato a la vida presente. El agua estaba caliente: hora de bañarse.
Preparándose el desayuno, no entendía Renato qué era tan atractivo en él para llamar la atención de una mujer tan joven como Helena. ¿A caso fue el tabú? ¿El sabor de lo prohibido? No podía ser el físico, el tiempo no había sido amable con su cara. Tal vez es una de esas a las que le gustan los flacos y feos. Renato había pasado de ser un adolescente narigón a un adulto que su único don era el de la palabra. Ciertamente no fue el dinero, el camino que eligió Renato traía implícito un voto de pobreza, donde la remuneración era saberse la influencia de otros a través del consejo.
Cuando la vio por primera vez, Helena miraba hacia el infinito, sin percatarse de lo que Renato decía. Así son algunos: asisten por obligación a una institución en la que cada vez menos creen. Era un reto que Renato encontraba más frecuentemente años atrás, cuando tenía menos experiencia; hasta que descubrió las analogías correctas para transmitir a los demás su mensaje.
Debe haber sido algo que dijo, porque dos meses después, como por arte de magia, Helena empezó a ver a Renato directamente a los ojos cada semana, a la misma hora. Con la cabeza un poco inclinada y una mueca casi burlona, ella enrollaba su cabello con el dedo. Era la última en irse y le gustaba hablar. Renato hablaba de las enseñanzas en su libro, y Helena sobre sus pecados cometidos. Ella lo miraba a los ojos, y el trataba de no verle las piernas.
La culpa invadió a Renato. ¡Qué estúpido había sido! Un futuro entre ellos era imposible. Las miradas de reproche, el trabajo de una vida perdido. Todo por las carnes firmes de unas piernas que apuntaron al cielo unos instantes. Unos minutos incómodos, improbables e increíbles para Renato, que no se deberían repetir y de los que nadie más debía saber.
Nadie le cedió el asiento a Renato cuando subió al camión. De pié, sosteniéndose como pudo de los tubos que perdieron el cromo tiempo atrás, sentía cómo el aliento se le iba por tanta angustia. ¿Qué haría cuando la viera de nuevo? ¿Qué haría ella cuando lo viera a él? En su mente comenzó a maldecirla por haberlo hechizado con esos ojos cafés, ese pelo que cambiaba de color cada mes, los jeans pegados y las blusas escotadas, nada propias para el lugar. Esa figura de recién mujer que tienen las de 19 y esa boca pintada.
La mente de Renato la convirtió en esposa: en una vida en la que ambos lo dejaran todo y vivieran sin importar los prejuicios del mundo. La mente de Renato la convirtió en villana: donde lo torturaba y lo chantajeaba con tal de no revelar el secreto; donde su vida acabaría en sufrimiento por perderlo todo en una calentura, o por perder la dignidad con tal de no perder la vida.
Renato entonces comenzó a pensar qué pasaría si ella muriera. Sus problemas se acabarían. Nadie tendría por qué enterarse de lo que pasó entre ellos. Si Helena repentinamente perdiera su vida, la de Renato sería mucho más simple. Podría morir en un accidente automovilístico. Podría morir asesinada por otro de sus amantes. Podría envenenarla Renato. Sin embargo, ¿qué pasaría si Helena fuera su verdadera oportunidad? Helena era su angustia, pero tal vez su felicidad.
Agitó la cabeza para volver a la realidad. ¡Qué ridiculeces estaba pensando! ¿Matarla? Imposible. La odiaba por hipotéticamente arruinarle la vida, la amaba por su blanca piel y pelo desordenado. La amaba horizontalmente y la odiaba sentada enfrente de él.
Llegó a su destino. No hay más remedio. Ya no hay marcha atrás. Habría que hacerle frente a la situación. Tal vez entrar significara la felicidad futura o la amargura. Sea lo que sea, implicaba perder algo: Helena, su vida hasta ahora, o el todo. A menos que nadie dijera nada. Podría seguir siendo un secreto.
Para los padres de Renato, éste podría haber hecho más de su vida. Para Renato, hablar a los demás era todo lo que quería, transmitir las enseñanzas de antaño a los demás. Cercano a los 40, no había pensado nunca como gran sacrificio el haberse privado de riqueza y otras ambiciones. Hasta que llegó Helena. Helena podría haberlo arruinado todo.
Con un nudo en la garganta y sentimientos encontrados, Renato entró diez minutos más tarde de lo planeado con la cabeza viendo al piso. No estaba seguro qué iba a pasar una vez que la viera. No sabía lo qué iba a decir. Pensaba en ella y veía unas piernas. Pensaba en lo que diría si la veía a los ojos. Pensaba en su sonrisa burlona y tentadora, sus besos apasionados, su aliento a tabaco, su cuerpo abajo del suyo, su actitud altanera e ignorante, que creía saberlo todo. Su completa atención durante ese breve momento de felicidad y su cabello con olor a naranja.
Presionando su libro fuertemente con ambas manos, Renato alzó la mirada. Sólo 25 personas estaban presentes este día, Helena no era una de ellas. De momento, su secreto estaba a salvo, tendría que sufrir otra semana de desvelo pensando en el qué pasará con su vida. Aclarándose la garganta, habló:
- -Buenos días, veo que pocos han asistido hoy. La clase anterior discutimos cómo las mutaciones aleatorias en el material genético dan pié a la evolución. La selección natural se encarga del resto. ¿Alguna duda?
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